La tragedia de Halloween.

Por: Laura Cristina Barbosa Cifuentes

Viendo la ciudad de Bogotá hoy, es difícil imaginar cómo un joven universitario podía sentirse seguro en la madrugada de Halloween. Lo que comenzó como una salida para celebrar terminó en tragedia: una golpiza mortal en plena calle que dejó a Bogotá conmocionada y cuestionando su seguridad.

Jaime Esteban Moreno Jaramillo, de 20 años, era estudiante de la Universidad de los Andes (Ingeniería de Sistemas), apasionado por la literatura, el cine y el ajedrez, con una vida marcada por proyectos académicos y familiares. Según sus amigos, era un joven alegre, reflexivo y comprometido con su comunidad universitaria. Tenía planes claros de futuro. La noche del 31 de octubre había salido a celebrar Halloween con sus compañeros, confiado en que sería una salida normal, sin imaginar que esa madrugada cambiaría su historia dramáticamente.

El ataque ocurrió hacia las 3 a.m., tras la fiesta en un bar de la zona norte de la ciudad, identificado como Before Club (calle 64 con carrera 15, según versiones preliminares de testigos). Mientras caminaba acompañado, fue interceptado por al menos dos hombres disfrazados (uno con el torso pintado de blanco y otro con máscara de conejo, según algunas versiones). El primero lo empujó al suelo. Luego vinieron puñetazos y patadas en el rostro y la cabeza. Sangraba por nariz y boca mientras trataba de defenderse; su amigo, impotente, solo pudo observar cómo la vida se le escapaba entre las manos. Fue trasladado al hospital con un trauma craneoencefálico severo y falleció pocas horas después.

Las cámaras de seguridad captaron el momento. No fue un hecho fortuito, sino un ataque deliberado que expone la vulnerabilidad de los espacios urbanos en la madrugada. La Fiscalía General de la Nación imputó a Juan Carlos Suárez Ortiz por homicidio agravado; otro presunto agresor permanece prófugo según investigaciones en curso. Las autoridades también investigan a dos mujeres que fueron inicialmente detenidas y luego liberadas por falta de pruebas formales.

El hecho evidenció no solo la violencia de los individuos involucrados, sino también la fragilidad de la ciudad ante situaciones de riesgo. Calles que deberían ser seguras se convierten en escenarios de terror. La rutina de una salida nocturna puede transformarse en tragedia en segundos. La responsabilidad trasciende al agresor: recae también en el sistema, en los espacios de ocio y en la ausencia de políticas preventivas que garanticen la seguridad ciudadana.

Esta tragedia recuerda que la violencia urbana no distingue edad, condición social ni profesión. Cada persona que camina de noche se enfrenta a la posibilidad de ser víctima de la misma brutalidad. Bogotá no solo exige justicia; exige prevención, acompañamiento social, iluminación adecuada y vigilancia efectiva. No bastan capturas puntuales; se necesita reconstruir la confianza ciudadana y un tejido social que permita caminar por la noche sin miedo.

La muerte de este joven no es solo un titular. Es el símbolo de la fragilidad de la vida urbana y de la necesidad de políticas integrales que combatan la violencia desde sus raíces. Mientras no haya respuestas estructurales, la capital seguirá siendo un lugar donde la seguridad se percibe como un lujo y la vida de cualquiera puede tambalearse en cuestión de segundos.

Bogotá, al igual que el país en momentos críticos de su historia, enfrenta una paradoja: mientras los ciudadanos claman protección y justicia, la violencia persiste, sofisticada y despiadada. Hasta que se logre responder a la pregunta central —¿cómo proteger a una ciudad cuando el terror se vuelve rutina y la brutalidad se normaliza?— la capital seguirá siendo escenario de miedo y desconfianza.

Jaime Esteban Moreno, cuyo nombre ahora identifica esta tragedia, no es solo una estadística. Su historia exige reflexión, acción y memoria. Mientras su muerte no genere cambios estructurales, Bogotá seguirá caminando al filo del miedo, con el frío de la violencia recorriendo sus calles, recordando que la seguridad nocturna sigue siendo un privilegio, no un derecho.

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