La reforma tributaria volvió a sacudir el tablero político. Esta vez, con dos movimientos que, a primera vista, parecían un terremoto… pero terminaron siendo más un reacomodo lleno de malentendidos.
Las senadoras Karina Espinosa, del Partido Liberal, y María Angélica Guerra, del Centro Democrático, pidieron que retiraran sus firmas de la ponencia que archivaba la reforma. El ruido fue inmediato: ¿se están echando para atrás?
Pero no. En minutos ambas aclararon lo que pasaba: no eran ponentes y no debían aparecer ahí. Y, lo más importante, su voto sigue siendo “NO”.
Espinosa lo dijo sin rodeos: “No apoyo la reforma y no la voy a votar”. Guerra, igual de firme, aseguró que no hay cambio alguno en su posición.
Mientras tanto, en el otro costado del escenario político, el Gobierno se movía rápido. El ministro del Interior, Armando Benedetti, empezó a tocar puertas, hacer llamadas y buscar acuerdos silenciosos para intentar salvar el proyecto, que hoy pende de un hilo.
Ese tipo de jugadas que nadie ve, pero que definen si una reforma vive… o se hunde para siempre.
En medio de todo, el ambiente en el Congreso se siente tenso:
unos se reafirman, otros negocian, otros observan. Y el país mira desde afuera, tratando de entender si esta reforma traerá alivios, más cargas o simplemente más incertidumbre.
Por ahora, lo único claro es que nada está decidido. Y que cada movimiento —cada firma, cada retiro, cada conversación a puerta cerrada— puede cambiarlo todo.
